16 de enero de 2011

Sueños I

Hiere el detenerse tan súbitamente. La multitud que me acompaña ha ocupado un lugar en un átomo de las alfombras cálidas en donde se hunden las huellas, pues somos tantos – tantas respiraciones, cordones, uñas, cabellos, poros, tanto dolor – que el espacio es insuficiente. Mis pies, autómatas, han seguido caminando en ese mar de crujidos, provocando que me golpee contra una de aquellas marionetas de hilos tirantes, cual navaja que agrieta el aire, lentamente, con un silbido punzante tarareado por su punta afilada. Ellos parecen no percibirlo, y continúan su conversación animada, agitada, pálpitos de un corazón metálico enjaulado en aquel vacío de barroquismo.

Brick2-4

La biblioteca me es desconocida, pero se me antoja, bañada por la luz triste de las lámparas de araña, una trampa mortal: su mecanismo se activa, pienso, al detenernos todos en nuestro correspondiente hilo de la alfombra; después se apagarán las luces y las paredes, con sus dentaduras de libros, páginas, tomos, lomos, esquinas, con sus sonrisas burlonas, nos devorarán, acercándose, nos devorarán y moriremos en el reflejo de luna de esa luz triste, que se prenderá de nuevo para contemplar la agonía de tantas respiraciones, cordones, uñas, cabellos, poros, la agonía de tanto dolor. Me creo ya sepultado en esa jaula, enterrado en esa cárcel y he de cerrar los ojos para teñirme de esa oscuridad clara que se esconde tras los párpados y que siempre ralentiza mis sentidos y me tiende algo de paz. Transcurren unos segundos, vibrantes en mi mente, y me decido a despertar la mirada de nuevo. Descubro así que, si bien las paredes no han iniciado una danza premeditada de destrucción, todos los que me acompañaban se han dividido, aun continuando esa charla viva, aguijón para mis oídos: algunos se han sentado en el suelo, otros se han hecho con la barricada de una mesa de patas curvas y reflejos marrones, otros continúan de pie, apoyados desafiantes contra alguna estantería de polvo, estantería de polvo y cenizas. Y también me descubro solo: yo no estoy en ninguna de esas barajas recién cortadas, con el corte amargo de una mano inexperta. Reacciono al instante, pues temo que la lámpara de cristal caiga sobre mi cabeza ahora que estoy abandonado en ese cebo gigante de letras, polvo y ceniza. Me acerco a los que yo creía mis amigos y me rechazan murmurando entre dientes una disculpa. Me agacho y me siento junto a unos desconocidos, que han cogido algunos ejemplares de de las estanterías. La negativa es instantánea, la veo en sus pupilas vacías. Me levanto, y me acerco a una mesa. Un no rotundo de nuevo. Intentando mantenerme solemne, en aquel laberinto de personas que me disparan miradas de desprecio, o de burla, o de superioridad, o de una mezcla de todo y de nada, trato de dirigirme a las escaleras que llevan al primer piso. No las encuentro, pues de repente me veo rodeado por un grupo de niños, a los que la ropa les queda ridículamente grande, con muecas de corbatas sudorosas de tinte negro. Todos a una, sin previo aviso, comienzan a batir sus mandíbulas en un son de carcajadas frías, metálicas, que muerden mis pulmones y me ahogan de nuevo. Les doy la espalda, pero mis oídos siguen bebiendo de esa risa estridente y creo morir una y otra vez. Trato de guiarme y me miro las palmas de mis manos, como si un mapa estuviera grabado en ellas. Me alejo, pero no puedo llegar a ningún sitio, porque no hay sitio alguno a donde llegar.

La lámpara de araña parpadea y veo próximo un huracán bailando hacia mí. Una chica, con un rictus repelente clavado en sus labios, se acerca a mí y me pregunta, despectivamente, que qué estoy haciendo. Balbuceo una respuesta y ella no me escucha “¿¡Qué!?”. Grito, furioso, a aquella que se había alzado secretaria de ese lento ajetreo, camuflado de normalidad. "Ven" dice, siempre fría. Se alza una carcajada, y los niños, de cabellos peinados hacia atrás, tejidos en sus cráneos de jóvenes adulos, dirigen ese abucheo general. La sigo sin saber tras la puerta de cristal que amortigua levemente esas punzantes pupilas. Allí todo es ajetreo, vuelan los papeles en la gran sala de la derecha, en esa suerte de recepción agradezco que al menos, y aunque con odio, alguien no me ignore. "Tienes que darle esto al médico, así lo arreglaremos" me espeta en un tono cansino y de desprecio. Me disculpo a medias y levanta la mirada. “¡Ve al médico!”, repite ella en el mismo tono duro, que golpea como un bate mis entrañas, “Al del despacho número 10”. Por fin tengo una dirección, un objetivo, aunque las constantes carcajadas a mi costa no me ayudan a templarme y me tropiezo varias veces, sin caer, siendo así más patética mi ya patética situación.

A-Corridor-At-FontainebleauCasi sin darme cuenta, me envuelve el silencio y me encuentro en un pasillo estrecho, vacío, sin crueles títeres, liberado de esa red de miradas espinosas en mi nuca. He llegado ahí sonámbulo y extraño la luz triste y los guiños de la lámpara, pues habían sido los únicos que no se habían burlado de mí. Está este pasillo iluminado de forma más basta y, por tanto, menos grotesca. Aun así, la elegancia se sigue cultivando en todos los detalles: en las perfectas medidas de las placas de madera que abrigan las paredes; en las puertas gruesas y altas; en los revestimientos de plata de los manillares; en los carteles dorados en los que se enredan números de trazas delicadas. Ellos me guían y casi me puedo dejar llevar por los elevados unos, los sobrios sietes o los sonrientes ochos, casi podría cerrar los ojos y seguir caminando hasta que alguien me susurrara “basta” y me encontrase frente al despacho que necesito visitar. Sin embargo, sigo despierto, pues quiero contemplar la tranquilidad de aquel pasillo, tan contrastada con mi agitación interior, cual barco que acaba de tomar mar y otro que no ha hecho sino naufragar, naufragar y morir.
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El que acostumbra a dormir sin sobresaltos, como yo, no suele recordar lo soñado, pero hay veces que te levantas con esas imágenes grabadas con el máximo detalle en la memora. Riéndose o quizás haciéndote reflexionar.

Os invito a navegar por mi subconsciente que aquí os dejo en dos partes, inmortalizadas por la mano de mi Escritora favorita, Natalia

1 mentes se han parado:

Natalia dijo...

Las cosas que pasan por tu cabecita cuando duermes.... Un placer inmortalizarlas. Ya sabes, siempre que quieras all you gotta do is call and I'll be there.