17 de febrero de 2011

El pícaro irlandés

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Y no, no me refiero a un Lazarillo de Shannon. Hablo de la adaptación cinematográfica, dirigida por Stanley Kubrik de la novela de William Makepeace Thackeray. ¡Y qué adaptación! Sin duda mi película favorita del bueno de Stanley.

barry-lyndon1La historia trata de la vida de Redmond Barry, un carismático joven de una familia acomodada irlandesa que cae en la desgracia de enamorarse de su prima, mayor que el, destinada a casarse con un capitán del ejercito inglés. El pobre Redmond, inocente romántico, al darse cuenta que su prima lo está utilizando, reta a un duelo de pistolas al pretendiente inglés. Tras salir victorioso matando al capitán,  debe huir a la capital en busca de fortuna. Mas cuál es su desdicha al toparse con unos asaltadores que no le dejarán más que sus botas y sus vestimentas para proseguir su camino. Sin nada que llevarse a la boca, Barry acabará de cabeza en el ejército británico, destinado a luchar en las guerras europeas.

Sólo la imaginación de Kubrik, su escrupulosidad y pulcritud, sin las cuales el realismo y la verosimilitud de cada una de las escenas de la película no serían posibles, permiten esta maravillosa secuencia de cuadros costumbristas del siglo XVIII en movimiento.

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Llama la atención, por ejemplo, una escena en la que nuestro protagonista trata de cortejar a una dama mientras juega a las cartas - en una sala que Kubrik se empeñó en iluminar únicamente por velas - al compás del segundo movimiento del trio para piano número 2 de Franz Schubert.

Llama la atención por ejemplo una escena en la que nuestro protagonista juega a las cartas en una sala que Kubrik se empeño en que únicamente fuera iluminada por velas.

Al poco tiempo del inicio de la película, la cual me encantaría disfrutar en una sala de cine, uno se da cuenta de que la atención es enfocada a las escenas, de carácter muy amplio y planos generales, que plasma de una forma única la vida de una gran porción de la sociedad del siglo XVIII, más que a la propia trama. Sumándole, por último, la banda sonora, que tiene compases de canciones populares y militares de la época, además de fragmentos compuestos por grandes clásicos desde Bach, Mozart y Vivaldi a Schubert; las peripecias de Redmond quedan definitivamente relegadas a un segundo plano.

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Esa fuerza que cobra el entorno da esa sensación, conseguida y con creces por este maestro del cine, de picardía ante la vida. Redmond bebe de aquí y allí, desentendiéndose de lo que ya no le interesa, mientras que el mundo a su alrededor también esta vivo, crece y se desenvuelve. “El siglo XVII tenía que ser por narices así” he llegado a pensar varias veces.

Como ya he dicho antes, una de mis películas favoritas. Y no porque te haga reflexionar, estremecer o excitar. Simplemente por la armonía en las imágenes. Esa delicadeza de los cuadros realistas de la época, el compás de la música clásica.

¡Un ‘must see’ sin duda!

2 mentes se han parado:

Natalia dijo...

Algún día veré Barry Lyndon y podré comentar decentemente esta entrada

Natalia dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.